El trastorno de estrés postraumático y el EMDR: Traumas evidentes, traumas invisibles, Y sensaciones infantiles certeras.
Todos, cuando nos centramos en el significado de la palabra “trauma”, entendemos de inmediato que la persona ha vivido una situación muy fuerte y desagradable.
Efectivamente esto es así, teniendo en cuenta un único grupo de trauma existente. Sin embargo, es importante tener conciencia que existen otro tipo de traumas. La Dra. Shapiro explica:
“La gran mayoría de nosotros entendemos el trauma como grandes eventos vitales. No obstante, por definición, trauma es cualquier acontecimiento que ha revertido en un efecto negativo y duradero en la persona. Todos conocemos gente que ha perdido el trabajo, a sus seres queridos e incluso posesiones y como resultado, han sufrido intensamente. Cuando se pierde la paz del espíritu o si nunca se ha tenido, puede haber serias consecuencias físicas y psicológicas, sea cual fuere la causa”.
En primera instancia, nos centraremos en ese primer grupo de eventos traumáticos, que todo el mundo entiende como eventos relevantes que dejan lesiones emocionales por su propia envergadura, independientemente de las características de las personas que lo sufren. Nos referimos a los traumas con “T” mayúscula. Estos, son aquellos que surgen a través de una experiencia que implica mucho dolor, pavor, impotencia u horror extremo en cualquier ser humano que la sufra, o haberlo presenciado, y que en sí misma entraña un riesgo para la integridad física. Estos traumas recogen situaciones como un accidente de tráfico, muerte de un hijo, abusos sexuales o físicos, una guerra, una violación, un aborto, una catástrofe medioambiental, un acoso escolar, el divorcio de los padres para un menor. La probabilidad de sufrir este diagnóstico es mayor cuando la persona se ve expuesta a múltiples traumas o a eventos traumáticos durante su niñez y adolescencia, especialmente si el trauma dura mucho tiempo o se repite.
Sin embargo, hay otro grupo de traumas, que probablemente tengamos menos conciencia sobre ellos. Son aquellas situaciones vitales que cobran relevancia bien por la escasa capacidad integrativa de lo que ocurre (infancia), o bien por la naturaleza constante y repetitiva de la situación traumática en ausencia de otros eventos reparadores. Son los llamados traumas con “t” minúscula. Un niño que recibe críticas sobre su comportamiento a lo largo de su infancia, no es una situación traumática en sí misma, y en concreto éstas críticas pueden obedecer a un aliciente de aprendizaje y crecimiento. Sin embargo, cuando estas críticas van dirigidas de una manera constante a cualquier manifestación que realiza este niño, en ausencia de reconocimiento de su bienhacer y calor o cercanía ante sus éxitos, va a crecer sintiendo de sí mismo “no soy suficiente”, abriéndose la herida de la no valía. Cualquier situación que genere crítica o cuestionamiento, a lo largo de su infancia, adolescencia o edad adulta, le llevará a sentirse de este modo. Esto generará en ese adulto, una reacción excesiva de malestar ante ese evento, dado que abre su propia herida. Para manejarlo se podrá activar el sistema de defensa, donde todos podemos ver personas que no asumen sus errores y no logran responsabilizarse de ellos; o bien activan su sistema de ataque reaccionando de una manera destructiva contra la persona que ha cuestionado algo de su conducta. Son personas que utilizan con frecuencia el perfeccionismo como mecanismo de defensa para no entrar en contacto, y así evitar, eventos que cuestionen su valía, como errores, críticas, fallos. Será un adulto cuya vida girará en torno a demostrar su valía, dejando en el camino la conexión con sus vínculos, las persona que le rodean y el disfrute de las pequeñas cosas.
Nos hemos centrado en la herida de la infancia de la no valía a través de los traumas con “t” minúscula, pero otras muchas infancias dejan heridas distintas, e igual de traumáticas, dolorosas y limitantes. Crecer sintiendo “ser un problema” o “ser poco importante” o “no ser querible” ,»ser mala» o “ser invisible”, sería nuevamente ejemplos de ese trauma de apego, donde el patrón de relación familiar hace sentir al niño de ese modo un día tras otro, sin que se dé una reparación de todas esas emociones e ideas disfuncionales que va configurando su sentido de sí mismo. Los padres, en su mayoría, tienen sus motivos para actuar como actúan, muchos no pueden dar lo que nunca recibieron, y otros no pueden dar lo que si recibieron por lo que sucedió. En ambos casos, con mucha frecuencia sin una intención negativa hacia el niño, el resultado es el que es, y detectarlo y ponerle palabras, permitirá acotarlo, entenderlo y sobre todo repararlo es necesario. En la inmensa mayoría nos encontramos adultos desregulados, con mucho malestar emocional que no sitúan en aquello vivido lo que les pasa en la actualidad, y que, sin embargo, ha ido generando patrones repetidos a lo largo de su vida, donde subyace siempre la misma sensación, sensación creada en el evento original.
El trastorno de estrés postraumático es más común de lo pensamos. Centrémonos un poquito en lo que significa esto de trastorno de estrés postraumático, que no es otra cosa que, lo que deja en la persona un evento traumático, por decirlo así, la lesión emocional que queda tras vivir un evento que no logramos integrar desde un punto de vista emocional por su propia naturaleza.
Las personas con TPET con frecuencia se encuentran en un estado de alerta constante, donde el miedo desencadena respuestas de “lucha o huída” para así poder protegerse de aquellos sucesos que temen. El objeto temido puede ser muy variado, desde aquellos eventos que me hacen sentirme en peligro, a aquellos que me hacen sentir invisible o no ser válido.
Las personas que presentan un TEPT, vuelven a experimentar los síntomas que le recuerdan al trauma a través de pensamientos muy duros, pesadillas frecuentes y recuerdos vívidos donde sienten aquello que pasó. Debido al malestar que sienten ante los recuerdos, tienden a evitar situaciones, conversaciones, personas o lugares que le recuerden al evento traumático. Conforme pasa el tiempo, tienden a vivir su vida como una huída que llega a dar lugar a un embotamiento de los sentidos, en un intento de dejar de sentir cualquier cosa para no sentir más dolor emocional. Las emociones, sean positivas o negativas, llegan a ser una amenaza, de modo que dejan de sentirlas, se distancian del resto de las personas, incluidas sus familias, parejas o amistades, el mundo exterior empieza a perder su viveza y se transforma en algo frío y distante que no les produce ninguna reacción especial.
Los síntomas de las personas en las que se ve un aumento en la excitación emocional pueden incluir sentir dificultades en quedarse dormido o no poder despertar, irritabilidad o desplantes de rabia, dificultad para concentrarse, volverse muy alertas o cautelosos sin una razón clara, nerviosismo o facilidad para asustarse.
En consecuencia de todos los síntomas descritos, se producen como consecuencia agresividad y rabia hacia los demás o hacia sí mismos; culpa y vergüenza; así como problemas para relacionarse. Les resulta difícil volver a confiar en los demás. Su embotamiento emocional puede impedirles sentir cercanía emocional hacia otras personas. Su necesidad de estar en guardia y defenderse puede impedirles dejarse llevar en situaciones íntimas con sus parejas, pues eso requeriría bajar la guardia, lo cual puede dejarlos a merced de ese mundo que perciben como hostil, un lugar en el que pueden pasar cosas terrible, pero no a los demás, como suele creer la mayoría de las personas, sino a ellos mismos, sin previo aviso y sin que puedan hacer nada para evitarlo. Pueden acabar aislándose del resto de las personas y del mundo.
Los síntomas normalmente se manifiestan poco después del suceso traumático, y deben durar más allá de las cuatro semanas para que podamos empezar a hablar de la existencia de un TEPT.
Este trastorno se puede superar a través de diferentes terapias. Sin embargo, lo más importante es detectarlo para poder tratarlo. Los pacientes normalmente traen a la consulta problemas de su presente, y en muchas ocasiones no detectan los eventos traumáticos que están alimentando esas sensaciones desproporcionadas que sienten en la actualidad. Es la tarea del profesional hacer una conceptuación global del caso, comprendiendo adecuadamente los síntomas del presente, dentro de quién es la persona que tenemos delante, que no es otra que todas las experiencias vitales vividas, y las no vividas, detectando los eventos traumáticos que alimentan esas emociones e ideas disfuncionales limitantes. Como hemos visto, esos eventos traumáticos toman su relevancia por su frecuencia y por lo que no hubo, siendo esta la gran dificultad del caso y el motivo por el que la evaluación debe tomar especial relevancia en todas las personas que piden ayuda.
Las intervenciones cognitivo-conductuales, basadas en los tratamientos de exposición, el manejo de ansiedad, y las terapias cognitivas han demostrado su eficacia en este diagnóstico . Sin embargo, la OMS concluyó que es el EMDR (reprocesamiento y desensibilización mediante movimientos oculares) es la técnica de elección para este tipo de casos. Ha demostrado su eficacia en la superación de eventos traumáticos. En muchas ocasiones, esos traumas se encuentran disociados, en un plano inconsciente, pero nos dejan una huella emocional en nuestro interior que nos sigue haciendo sufrir en nuestro día a día. En otras ocasiones, sabemos que nuestro malestar proviene de aquello que pasó, pero a pesar de saberlo y entender qué nos gustaría hacer y cómo reaccionar, no podemos hacerlo de forma distinta. En ambos casos, las emociones nos desregulan siendo desproporcionadas a las situaciones que se van dando en vida y no logro hacerlo distinto; o vivimos anestesiados, en grises, sin sentir y sin lograr establecer vínculos como una forma de protegernos. Una forma u otra de vida, nos lleva o a tener una gran diversidad de problemas, que son los que nos se plantean al inicio en la consulta al inicio de una terapia, y en muchas ocasiones sin entender qué nos pasa o a qué se debe.
EMDR es un proceso de tratamiento psicológico a través del que se realiza una desensibilización y reprocesamiento por medio de movimientos oculares, de aquellos recuerdos disfuncionales subyacentes a la desregulación emocional o su malestar. La conceptualización del caso, y la compresión de sí mismo, comenzará a generar una integración muy distinta de mi yo y de lo que le sucede, comenzando una reconciliación consigo mismo. El procesamiento de recuerdos traumáticos, procederá a reparar las heridas y esas sensaciones corporales, emocionales e ideas disfuncionales de sí mismo, de su relación con los demás y del mundo, que interfieren constantemente en su presente. Ir llegando progresivamente a esa comprensión de los eventos traumáticos, muchos de ellos disociados, requiere de un proceso complejo que requiere de una formación exhaustiva de los profesionales de la salud mental. Los recuerdos traumáticos, impresos a nivel cerebral con la hiperactivación de la amígdala, responsable de la desregulación emocional, precisan de un procesamiento de las emociones negativas, permitiendo que los recuerdos permanezcan en nuestra memoria, sin generar el dolor, y sobre todo, el tinte de color con el que vemos todo nuestro presente desde aquello que ocurrió. Si aprendí emocionalmente “hay algo malo en mí” en aquellas experiencias de acoso escolar a los 11 años de edad, que generaron mucho sufrimiento e impotencia entonces, y que simplemente aparté para que dejara de doler, en el momento en que en mi presente me encuentre con aquellas personas, o bien con comportamientos similares a aquello que pasó, me sentiré de aquel modo, sentiré que «no soy suficiente», o que «no soy querible», o que «hay algo malo en mí» , dependiendo de mis experiencias previas. Mi perspectiva adulta claramente me dirá que fueron ellos los que lo hicieron mal, pero no puedo dejar de sentirme así, cuando los disparadores de mi presente me llevan a aquello.
Procesar lo que ocurrió, las imágenes, los pensamientos, las sensaciones físicas y emociones enterrados, al ritmo que el paciente necesita, según vaya estando preparado su sistema interno, irá liberando esa manera de sentir su presente, de presentarse en el mundo y de sentirse a sí mismo. Para el trabajo EMDR, por tanto, no solo se debe tratar la experiencia que esta bloqueada, sino las conexiones entre esta experiencia y situaciones previas que comparten los mismos pensamientos asociados. El terapeuta trabajará con el paciente en comprender las raíces de esa situación traumática, con el fin de realizar un trabajo para poder eliminar la influencia que tiene esa experiencia en nuestro presente.
Mónica Pérez Arias
Col. 0937
Psicóloga Pamplona