En el amor, en esa primera fase tan preciada como efímera, donde los sentimientos invaden y colorean nuestra vida. Estos sentimientos son capaces de trasformar cada momento de mi rutina en ganas e ilusión, cada momento cotidiano se convierte en instantes vívidos.
Ese momento anhelado de encontrar a esa persona que su presencia en mi camino me haga sentirme vivo, ha estado presente a lo largo de mi crecimiento como persona. Deseo de caminar junto a él e ir definiendo en cada vivencia lo que tenemos y queremos.
Este anhelo se ha ido forjando desde la adolescencia, y ha ido modificándose con los devenires de mi vida y mi forma de vivirla. Se ha intensificado en momentos, en otros me ha dado miedo, en otros se ha hecho imperiosamente necesario y su ausencia me ha hecho sufrir, en otros momentos lo he visto cumplir pero se fue o no era lo esperado, o nos han decepcionado, o lo más duro, el otro no ha querido que fuera yo, cuando yo deseaba que fuera él. En otros momentos de mi vida, me convencí de que este anhelo era una amenaza, en otros que ya no lo necesitaba.
Este devenir de mi anhelo por enamorarme, es el deseo de encontrar a una persona que me haga sentir así, y que genere el convencimiento en mí de que es alguien que deseo que continúe en mi vida. Ese deseo de que permanezca en mi mundo y me corresponda únicamente por lo que siento cuando está presente, y lo que siento cuando no lo está, eso es lo que hace que siempre permanece en cada instante.
Es la intensidad de ese anhelo, el que pueda hacer emerger el miedo de perder a esa persona, el miedo a no ser suficiente, el miedo a que descubra mis partes no atrayentes, o simplemente el temor a que me conozca “como soy” y se vaya. Y en realidad, no es solo la intensidad de ese anhelo, es mi propia inseguridad, mi propia creencia de mí mismo.
Es en esta primera fase, donde comenzamos a construir una nueva historia en nuestra vida, desde ese inicio, silenciosamente, la avocamos al deseo diametralmente opuesto, que llegue a su fin.
Las relaciones amorosas no siempre son como nos gustaría. Soñamos con la relación ideal y cuando nos enamoramos corremos el riesgo de intentar ser lo que no somos, únicamente por intentar ser lo que la otra persona ansía que seamos. Entrar en la dinámica de ideales inciertos no permitirá que se dé la intimidad y complicidad necesarias para que este inicio permanezca.
En ese inicio, es una tentación centrarse en los deseos del otro, anticiparnos y estar constantemente pendiente de sus miradas, sus expresiones, sus sonrisas, sus gestos, sus acciones u omisiones, que me permiten entender qué opiniones guardar, cuales limar, qué no pedir, qué hacer e incluso lo que no debo querer o mostrar. Me centro en sus necesidades, sus deseos, sus opiniones. Ser capaz de cumplir las expectativas de la otra persona, en este inicio, donde el enamoramiento es intenso y prevalece la idealización mutua. El deseo que siento en él, alienta a que continúe actuando de este modo, “me siento importante” en su vida, “formo parte” de su mundo.
¿Seré capaz de renunciar a mis necesidades, a mis deseos, en definitiva a quién soy yo, a mi esencia? Y lo más importante ¿quiero hacerlo?
Intentar mostrar eternamente la mejor versión de nosotros mismos nos resta autenticidad. Esa falta de honestidad con nosotros mismos, nos separa de la persona de la que estamos enamorados. Pero lo que aún es más importante, esa falta de autenticidad nos separa de nosotros mismos. Es la evidencia de que aquello que ocultamos no es digno de enseñar, la prueba de que yo no soy digno de ser amado si no es disfrazado de quien no soy. Esta profunda inseguridad, ese miedo tan íntimo que no deseamos afrontar, llena nuestra historia de inseguridades, que se transformarán en el “miedo a perder al otro”, miedo a que “descubra quien soy”, miedo a que “prefiera a otra persona mucho más querible que yo”. Y es aquí donde mi miedo me obliga a ser más sumisa, a ser más servil, a ser más perfecta, a ser más complaciente… y ese miedo confirma la posibilidad de que encontrará a alguien mejor. De esta inseguridad nacen los celos, miedo a que se encuentre en el camino con alguien que seguramente “será mejor que yo”, o que tal vez la haya conocido ya…
Si no siento que sea digno de ser amado, es complicado que no tenga presente que el otro pueda abandonarme o encontrar a otra persona “mejor que yo”.
Si basamos nuestra relación en disfraces o renuncias a nuestra esencia sobre nosotros mismos, en algún momento, la otra persona se dará cuenta de nuestro cambio, y exigirá que volvamos a ser la persona que conoció al inicio, aquella de la que se enamoró. ¿Y si en realidad aquello de lo que se enamoró no existe?
Tomar conciencia del tamaño de la distancia de lo que muestro y de quien realmente soy al inicio en esa primera fase, puede ayudarme a darme cuenta de con qué partes de mi misma me debo reconciliar. Integrar todas tus partes, y asumir quien eres, te ayudará a poder mostrar a los demás como realmente eres sin miedo, sintiéndote libre.
Para crear una relación sana y duradera, siempre se debe correr el riesgo de no comenzarla, partiendo de que será mejor no comenzar que sentar cimientos de paja para sujetar acero.
Mónica Pérez Arias
Centro Psicológico MPA
Col. 0937
http://www.centropsicologico-mpa.com/